La euforia inicial provocada por los elogios desbordados hacia la secuela de Gladiador, la película que volvió a encumbrar el género “péplum” allá por el 2000, hizo que muchos nos creáramos falsas expectativas con esta nueva entrega. Gladiador II de Ridley Scott prometía ser todo lo que tanto para el público, como para la crítica no fue el fallido Joker 2.
Por: Julián Torres.
Sin embargo, antes de ver la película en sala, encontré algunas reseñas y críticas menos entusiastas que advertían que las inmerecidas alabanzas de medios como The Guardian, Deadline o The Independent, estaban totalmente desfasadas. El resultado es mucho peor de lo esperado: Gladiador II es una parodia de lo que fue la cinta original con Russell Crowe.
Nada (o casi nada) funciona en este intento desesperado de revivir a base de nostalgia una historia que hace 24 años tuvo un cierre perfecto y que no necesitaba continuidad. La premisa de la película (y esto nos lo remarcan al final) se cimenta sobre la frase recitada de manera épica por Máximo Décimo Meridio Quinto en la arena del Coliseo Romano: “tendré mi venganza en esta vida o en la otra”.
Probablemente el soldado más heroico de su ejército en la era Marco Aurelio se revolcaría en su tumba al observar la manera infame como Scott y su guionista David Scarpa decidieron contar la que sería su venganza tardía, en manos de su “sucesor”.
¿Qué sale mal? Todo. Empecemos por un elenco que no parecía estar dirigido por el mismo cineasta que filmó Blade Runner, Allien o Thelma & Louise. Son grandes estrellas, de niveles actorales enormes y sin embargo, solo tratan de hacer lo que pueden con un guion espantoso, lleno de diálogos expositivos y olvidables.
A quien peor le sale, por desgracia, es a Paul Mescal, un actor que si por algo se ha caracterizado es por su nivel de compromiso a la hora de entregarnos personajes sensibles y entrañables en las historias emotivas que ha protagonizado. Aquí apenas existe para ser un hombre apuesto e intentar llenar los zapatos de Máximo Décimo Meridio Quinto. Él mismo lo reconoce en un diálogo que parece el exceso del descaro “No tengo su fuerza”.
Las peticiones de una nominación al Oscar para Denzel Washington también han estado fuera de lugar, aunque al parecer esta podría llegar. El neoyorkino desborda carisma en el primer acto de la película, pero luego su personaje se desdibuja y pasa a ser un villano de medio pelo, caricaturizado, con unas motivaciones que nunca quedan del todo claras. Muy por debajo del señorío y la presencia escénica que imponía Joaquín Phoenix en su aterradora interpretación del emperador Cómodo, el que, en mi opinión, ha sido su mejor trabajo.
Quienes sí están correctísimos en sus respectivos roles son Pedro Pascal y Connie Nielsen. El primero, como un personaje complejo, que se debate entre el deber y su moral; y la segunda, entregando todo en cada escena, manteniendo el tono que caracterizó a su personaje en la cinta original. Ella es la única verdadera conexión entre la magistral Gladiador del 2000 y esta continuación olvidable. Sólo que su presencia no tiene la suficiente fuerza para resolver todos los vacíos argumentales.
Pero tanto Nielsen, como los demás, insisto, no tienen mucho de dónde echar mano, pues a mitad de camino, la película nos va mostrando que no hay un peso argumental que soporte de manera convincente el origen de los hechos que estamos presenciando. Algunos de los giros son tan de telenovela de las 4:00 de la tarde, que no pude evitar sonrojarme y tengo dudas sobre si las varias risas que escuché en la sala provenían de los chistes flojos en algunas escenas o de lo irreal de la trama de la película.
Sobra decir que sin el trabajo de Hans Zimmer, tan característico y trascendental para la Gladiador del 2000, el reto en el apartado musical era enorme, y lamentablemente, la música compuesta para la secuela, sabe a poco. Y como no ayudan la falta de profundidad, la ausencia de diálogos memorables, la poca fuerza del protagonista y de varios de los nuevos personajes; así como la manera tan burda de dar cierre a la historia, fue necesario recurrir a la inclusión de la inmortal “We are free” de Zimmer de la cinta original en la escena final, para al menos a base de nostalgia, intentar remover algo en el espectador. Spoiler: ni así se consigue.
Los excesos de CGI en las escenas sangrientas y de acción tampoco sirven de mucho. Por el contrario, por momentos juegan en contra y terminan de reforzar la extravagancia de un Scott que estaba más preocupado por justificar el por qué llenar de agua y tiburones el Coliseo Romano, en vez de por qué Lucio terminó convertido en un esclavo de entretenimiento sádico. El británico nos ha entregado cuatro películas en los últimos tres años y las críticas mixtas a negativas parecen importarle poco, en especial ahora que parece interesado en recrear diferentes períodos de la historia, al parecer con poca exactitud de acuerdo con los expertos.
Gladiador II es, en todo caso, mucho mejor que la esperpéntica Napoleón de 2023; y en mi opinión, se equipara a The Last Duel, la cinta de 2021 con Ben Affleck Y Matt Damon, (aunque esta tiene un guión mucho más sólido y verosímil). Es un buena experiencia, si lo que se quiere es pasar un rato agradable, viendo algo muy palomitero, sin tener que pensar demasiado, entonces ¿cuál es su problema?
Que existe la primera película. La nueva es una promesa incumplida, que termina siendo lo que siempre se previó: una secuela innecesaria que nadie pidió y que es mejor olvidar porque si nos hacemos los locos, en nuestra memoria todo concluye de manera épica cuando Máximo parte de este mundo a reencontrarse con su familia, mientras escuchamos las melodías de Hans Zimmer. Así, nunca terminará convertido en un leitmotiv cansino y vacío que repiten cada 5 minutos junto al manido “sueño de Roma” de Marco Aurelio. Ese sueño que Scott y su equipo echaron por la borda con mayor violencia de la que ejerció el rey Alarico cuando invadió la ciudad en el año 410, dando inicio a la caída del imperio más poderoso de la época.